sábado, 26 de enero de 2008

La historia de la dulce Sara y sus grandes ojos mágicos II parte

La dulce Sara seguía buscando la verdad pese a todo, incluso pese a ella misma; en aquel lugar donde se comunicaban con seres de otros mundos habitaban una reina mala y un rey sumiso, la reina era grotesca, parecía como si en su pelo hubieran anidado cientos de gaviotas y su voz era tan aguda que al elevar la voz era capaz de ensordecer a sus súbditos, tenia el poder de dejar ciega a la gente cuando emulaba una sonrisa, la utilizaba como arma para atemorizar a los habitantes del reino y que éstos, pobres obreros no dejaran de trabajar. Sin embargo, el rey sumiso era pequeño, simpático y resultón, siempre sonreía cuando se cruzaba con alguien en las colinas que llevaban a su palacio. Una vez alguien me contó, que el rey sumiso amaba en secreto al hombre apuesto pero de modales rudos, le coge de las manos y le mira a los ojos, no se si será cierto, pero me lo contó un trovador urbano.
Un día la reina loca se despertó de mal humor y entro en la sala de audiencias totalmente enajenada gritando: “ que les corten la cabeza, que les corten la cabeza”, y fue así como en el pequeño reino hubo una masacre horrorosa de cual se salvaron solo los mas listos, los que supieron esconderse y no la miraron directamente a los ojos.

Un día apareció en el reino una mujer valerosa y entregada a la causa, dispuesta a dar muerte a la reina, traiga consigo un martillo mágico y un vocabulario soez, la reina ordeno que la detuvieran y se la llevaron, con las ropas rasgadas y sin su martillo mágico; nadie volvió a saber nada de ella aunque hay quien todavía la recuerda.

Después de todas las muertes provocadas por al reina, un día se levanto una niebla espesa que traía consigo mas muerte, la dulce Sara formo una capa de neutrones en torno al chico del nombre del líder de un imperio que ya cayó, a la mujer del corazón pequeño y las anchas caderas y los salvo, pero no puedo evitar que al hombre apuesto pero de modales rudos le encomendaran una misión y tuviera que marcharse, no por mucho tiempo, supongo, él siempre supo encontrar el camino de vuelta a casa, se despidió con un guiño de ojos, sin dramas, sin largas despedidas con la promesa de que la separación seria corta.

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